Cándida Erendira era la hija de un borracho que solo vivía de las sobras que su madre, una viuda adinerada, le daba para su manutención. Cuando Cándida nació, su madre murió durante el parto y su padre no pensaba hacerse cargo de ella, de modo que fue la abuela quien se tuvo que hacer cargo de ella. La vida de Cándida no iba a ser la de una nieta mimada, luego de la muerte de su padre, su vida adquiere un único sentido y propósito: atender a su abuela.

La rutina de Erendira era muy agitada, llena de imagenes tristes, y debía prepararle un vaso de jugo de lechosa a su abuela todos los días por la mañana sin azúcar, con dos pastillas matutinas que necesita para seguir respirando. Luego debe limpiar la sala, los baños de una casa con más de 8 habitaciones vacias que también debe limpiar y mantener impecables.

Su abuela le dice que esa es la forma en la que le paga toda la comida que se come y la ropa que se pone.

Una vida empeñada para una criatura que no tiene idea de porque su propia sangre la trata como una esclava.

La vida de Cándida empeoraría cuando una noche un ventarrón entro por la ventana haciendo caer una escoba que harían que un candelabro callera al suelo incendiando toda la casa y dejando solo cenizas. A la mañana siguiente la abuela se despierta fuera de su casa en una camilla y ve a Cándida llena de carbón desde los pies hasta la cabeza y supuso que ella era la causante del desastre. La abuela solo entono la frase: “hija, ni trabajando toda tu vida me pagas lo que has hecho”. Así que la abuela decidió que la única forma en que una niña podría pagarle era con su cuerpo y comenzó a prostituirla con los viajeros que pasaban cada noche.